Wedding Planner, Etiqueta, Protocolo y Organización de Eventos.
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Artículo de: Natalia García Navarro
Alumna del Doble Máster en protocolo, etiqueta y organización de bodas
Fotos:José Villa
Sin lugar a dudas: Ellas son el centro de la fiesta, el objeto de todas las miradas, la protagonista mayor, y como tal su atuendo ha de reflejar la trascendencia del momento. No es de extrañar, pues, los precios tan altos que llegan a alcanzar, y las elevadas partidas en el presupuesto matrimonial que se le dedican, ni tampoco la fugacidad de su empleo, pues difícilmente se luzca dos veces un mismo vestido de novia. Resultaría un tanto incómodo reciclarlo en un matrimonio posterior, y aunque se guarde para generaciones venideras, estas suelen tener sus propios gustos, muy raramente coincidentes con los de las anteriores.
Y a propósito de evolución, me parece curioso señalar que ya en la antigua Roma a las novias les comenzó a saber a poco el casarse ataviadas con la misma túnica blanca que usaban a diario, así que se envolvieron en un velo de gasa color púrpura, y se adornaron con una corona de flores. Sobre su color, es notable que a lo largo de la historia los trajes de novia no siempre han sido de los clásicos blancos (con sus tonos crema, marfil y champagne), sino que, por ejemplo, las novias lombardas se vestían con una túnica negra larga, sobre la cual se ponían un manto rojo; y de rojo con decoraciones doradas se vistieron en la Edad Media las novias, en representación de su realeza y poder. Ya durante el Renacimiento Italiano el color cedió importancia a la manufactura de la tela, bordada con piedras preciosas, perlas y diamantes. El siglo XVIII trajo el gusto por los colores pastel emulando en la costura las tendencias en las artes plásticas, y la emergente clase burguesa, siempre referente social de la moda, instauró el blanco y el velo en la cabeza como símbolo de riqueza, primero, y pureza e inocencia después.
La vertiginosidad ascendente de este siglo ha supuesto un cambio constante en la concepción del vestido de las novias: desde el uso de casarse de negro si se guardaba luto se saltó al acortamiento de las faldas en los años veinte, seguido en los treinta por una moda pasajera del traje sastre, desde donde se entró en la búsqueda de la estilización y del énfasis en la silueta femenina de los cincuenta. Por asociación con movimientos artísticos, se han catalogado de “barrocos” los vestidos de los años 80 y, por el contrario, de “minimalistas” a los de los noventa, llegando hoy en día a un verdadero festival de la imaginación y el diseño, donde, una vez más, sólo se puede extraer el factor común de la originalidad y del protagonismo.
Así pues, no tiene más remedio: El vestido de la Novia es el símbolo perfecto del clímax de su vida, o al menos de uno de ellos; es la única pomposidad suficiente, espectacularidad que está a la altura de ese momento en que suelen coincidir la madurez de la belleza de toda mujer con su plenitud y alegría absoluta, pero también flores de un solo día que lucirán en el recuerdo y las fotografías, depositario de nostalgias, marco y colores de la Felicidad.